Antes de que tomara un cigarrillo entre mis manos, alrededor de los 12-14 años, supe que me convertiría en un fumador empedernido. Algo que influyó en ello fue la descripción que realizó Lin Yutang sobre esta actividad en uno de sus libros. Los beneficios morales y espirituales no han sido apreciados jamás por estas almas correctas y rígidas e inemotivas y poco poéticas. Pero como los fumadores somos atacados generalmente por el aspecto moral, y no el artístico, debo empezar con una defensa de la moral del fumador, que es, en conjunto, más alta que la del no fumador. El hombre que tiene una pipa en la boca es el hombre que atrae mi corazón. Es más afable, más sociable, tiene más indiscreciones íntimas que revelar, y a veces es muy brillante en la conversación, y de cualquier modo se me ocurre que gusta de mí tanto como yo gusto de él. Estoy en un todo de acuerdo con Thackeray, que escribió: "La pipa extrae sabiduría de los labios del filósofo, y cierra la boca del tonto; genera un