Esta semana cumplí 40 años. No hubo fiestas, ni fanfarrias. Así me gusta pasar mis cumpleaños. I like it here, deep in the woods. Solo tomé unos días de descanso en el trabajo. El fin de año se viene intenso en el sector restaurantero.
Años atrás tomaría estos cuarenta para escribir un largo ensayo personal. Las palabras van quedando de lado. Aun así, la ironía es que lo siguiente son palabras.
En ocasiones me ataca el horror de la muerte. Dentro de más indagaciones sobre como definir la vida encuentro que la conciencia que experimenta esta realidad es única e irremplazable. Cada vida es especial por ello; cada muerte debería doler por el mismo motivo.
Hay otros días en que otros pensamientos me inquietan. Pero los disipo con rapidez.
Aun no he muerto. He tenido la fortuna de la salud y la vida hasta el momento. Hay personas que he querido que ya han muerto. ¿Entonces para que estar de este lado de las vías del tren? La existencia es un workout y una meditación para morir.
En la última década he estado en un par de ocasiones en el mar. La vanidad de querer perdurar es tan hueca como el deseo de una ola por permanecer intensa al llegar a la costa. Esa ondulación del mar no perdurará más que unos instantes. La esencia liquida esa regresa de nuevo a la inmensidad del mar.
Así que el tiempo de más ya es lo de menos a partir de ahora. Y me siento agradecido por ello.