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Mandado en cuarentena


Me tocó hacer mandado. Aunque me he dado vueltas semanales al súper que se encuentra cerca de la casa, tuve que realizar unas comprar en las que requería del vehículo.

La camioneta que fue recuperada apenas a finales del mes pasado luego de un año y cinco meses de interpuesta una denuncia por robo.

Este vehículo era en el que viajamos mi madre y yo a lo largo de gran parte de la década pasada. Actualmente tiene algunas fallas mecánicas; son mañas. Funciona. La sorpresa es que al consultar en el gobierno lo que tengo que pagar para volver a poner a mi nombre el vehículo que me robaron, el monto es estratosférico. Cantidad que no se encuentra dentro de mis recursos. Suspiro.

Manejé a lo largo de una vía. División del Norte, Municipio Libre y Ejército Nacional son la misma calle, salvo que sus diferentes nombre se deben a cortes arbitrarios de urbanidad. Tan solo hice una parada.

Sentí la comodidad de desplazarme en un auto. Es más rápido. Más eficiente. A lo largo de los últimos 18 meses me he movido predominantemente en transporte público y bicicleta. El contraste con los autobuses es que no tengo que esperar, hacer cerca de 50 minutos, para llegar a un punto.

La desventaja de tener un vehículo es que se descompone. Y la gasolina.

Con la bicicleta, solo tengo que pagar por el desponchado de llantas. En una unidad de transporte público, si se descompone, la solución simplemente es abordar otro.

No obstante reconozco que se siente bien manejar. Esa sensación de poder manejar los tiempos y llegar más rápido a un punto.

Y en el caso del mandado que realicé, me sirvió para cargar con bastantes productos.

Con mi mamá aprendimos –ya que fue una didáctica compartida– el saber comprar en lugares como en Sam's Club o Costco. Comprar en bulk. No necesariamente al mayoreo.

Hay ciertas cosas que es mejor comprar en bonche. Jabón para la ropa, diez kilos. Cloro, 10 litros. Café, un kilo.

Nunca fuimos de comprar papel de baño en presentaciones por decenas. Ahora con la contingencia, tampoco he desarrollado ese pavor que tienen otros.

Fue raro llegar al Smart (el nombre del supermercado local más conocido en la localidad) y hacer fila. No tardé mucho. Sólo iba por una cartera de huevos.

Encontré huevos. Hay un Smart poco frecuentado cerca de la casa y ahí la locura de las comprar de pánico no es tan marcado. Empieza a ser “mi” Smart.

Terminé comprando otras cosas que cargué en los brazos. Lo que significa que no fue mucho. Pasta, azúcar, pan blanco. Intento no usar carritos o canastas ya que se dice que ahí se anida el virus.

No fue mucho lo que gasté. Me cobraron 6 dólares. Aprovecho que todavía tengo dólares para pagar.

La cajera de manera automática me dice que si quiero mi cambio en pesos o en dólares. Por primera vez le dije que en oro. Pero me respondió que no tenía. “Acaso uno”. Le dije que no se apurara. Me da igual como me llegue correctamente el vuelto. Todo con una vibra muy chévere.

Tuve que empacar mi mandado porque esa es la actual política de servicio al cliente. Como enviaron a sus casas a los chicos (y a los chicos de la tercera edad) por la pandemia, cada cliente tiene que hacerse cargo de esto.

Por un lado entiendo la situación. Y me hace ver que los “cerillos” no son indispensables. Aunque pienso, cómo le estarán haciendo los cerillos de la tercera edad, el grupo más vulnerable ante el covid-19, ahora sin este ingreso.

Luego de haber conseguido los huevos, pasé a Walmart. Curiosamente, mi plan ahí era comprar muchas, muchas cosas. Alrededor de 80 dólares. Esto se debe a una estrategia de crédito.

No obstante aunque tenía la intención y la planeación de hacer compras por alrededor de 1,600 pesos, me encontré con un shock cultural: no hay suficiente stock en las tiendas. Claro que mi plan no era comprar a tontas y locas. Tenía una lista.

Por la carestía general no se encontraba disponible artículos de gimnasio aunque era de suponerse. Iba por accesorios para el vehículo: ante todo un parasol aunque consideraba fundas para los asientos, aromas, armor all, etc. Como no encontré el parasol, lo demás no me pareció necesario adquirirlo.

Quería algo de herramienta de jardinería. No encontré.

Así que mi plan de hacer grandes compras terminó en una cuenta de sólo veinte dólares.

Me hice de artículos de limpieza: Pinol, jabón para la ropa, suavizante, entre otras cosas. No fueron en presentaciones de 10 kilos o 9 litros. Pero son lo suficientemente grandes para hacerle frente al próximos mes (y de sobra).

Lo curioso en Walmart es que ahí no dan bolsas de plástico. Cuestión ecológica. Lo cual aplaudí en el momento como una medida sensata (al poderlo llevar en la camioneta) pero terriblemente inconveniente si fuera en transporte público.

Con cierta naturaleza dramática que tengo, en este último escenario hubiera pedido que me cancelaran la compra de todo, al no poderme llevar lo adquirido.

De vuelta, de pasadita, pasé a entregar un suéter que me habían prestado durante el fin de semana. Fue una visita breve ya que en la cuarentena esto está prohibido. Como señal de agradecimiento (y aparte porque no lavé el suéter como indican los modos de convivencia) llevé un obsequio adicional.

De regreso a la casa, a la altura donde la calle se convierte en la avenida División del Norte, me tocó presenciar un acto de violencia. Como los que ocurren cotidianamente en Ciudad Juárez.

Una camioneta blanca había perdido el control luego de que los tripulantes fueran agredidos a balazos. Las puertas habían quedado plenamente abiertas. Ya había policías, que acordonaron la zona. A una cuadra estaban las cámaras de un medio local cubriendo la situación. También ahí estaban los vecinos curiosos.

Manejé por dos semáforos más. Dije de modo audible, aquí siempre hay ese desmadre.

Al llegar a casa tuve que estacionarme en paralelo.